Nuestra Madre eligió en que camino quedarse, eligió a su pueblo. Nos eligió. Su historia es la prueba viva de su decisión, de su entrega y de su amor, y es por eso que miles de fieles vuelven a ella cada octubre y cada diciembre para entregar sus deseos más profundos.
La historia de nuestra Virgen Gaucha, comienza en el año 1630, cuando Antonio Faría de Sá, un hacendado portugués que vivía en Santiago del Estero, le pide a su compatriota, Juan Andrea, que le enviara desde Brasil una imagen de la Inmaculada Concepción de María.
Andrea envió dos imágenes para que pudiera elegir: una, según el pedido, la Purísima Concepción; la otra, con el título de “la Madre de Dios con el niño Jesús dormido entre los brazos”. Al llegar al puerto de Buenos Aires fueron colocadas en cajones y subidas a una carreta para comenzar el viaje a destino. Tras unos días de andar, la caravana hizo un alto a 10 leguas de la actual ciudad de Luján, en el paraje de Zelaya, para descansar en la estancia de Rosendo de Trigueros.
Al día siguiente, cuando quisieron emprender nuevamente el camino, los bueyes no se movían. Los conductores supusieron que la carreta no avanzaba por la carga. Sacaron peso, pero nada sucedía hasta que movieron el cajón que contenía a la imagen de la Purísima Concepción. Luego de venerar la santa imagen la llevaron a la casa de Rosendo y sus dueños le levantaron un humilde altar.
Nuestra Virgen Peregrina determinó quedarse milagrosamente en aquel lugar para amparo y veneración de los pobladores de la zona. Convirtiéndose con el paso de los años en Patrona del antiguo Virreinato del Río de la Plata y luego de Argentina.
El primer sentimiento que embargó el corazón de los troperos y demás personas presentes fue el asombro; y después de las consabidas demostraciones de devoción y respeto, entendiendo que aquella imagen de la Purísima Concepción deseaba quedarse en ese preciso lugar. Finalmente resolvieron trasladarla a la casa de la estancia de la familia Rosendo donde la imagen estuvo por algún tiempo guardada y adorada en una pequeña habitación de la casa de campo. Pero los dueños quisieron levantar una capilla, que estuvo lista hacia mediados de 1633. Durante su paso por la estancia, a nuestra Madre se le dedicó un esclavo llamado Manuel para que la cuidase de día y de noche.
Virgencita Santa, Virgen Gaucha y peregrina, cubrenos con tu manto azul y blanco y haz de nosotros una patria unida para que con fe construyamos un país sin divisiones, regido por el amor al prójimo y la justicia. Míranos madre, tomanos entre tus manos a nosotros y a nuestras súplicas. Guíanos y protégenos.
¡Que así sea!