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Dejen que los niños vengan a mí…

Del santo Evangelio según San Marcos 10, 13-16

“…En aquel tiempo presentaron a Jesús unos niños para que los tocara; pero los discípulos les reñían. Pero Jesús, al ver esto, se enfadó y les dijo: «Dejad que los niños vengan a mí, no se lo impidáis, porque de los que son como éstos es el Reino de Dios. Yo os aseguro: el que no reciba el Reino de Dios como niño, no entrará en él» Y abrazaba a los niños, y los bendecía poniendo las manos sobre ellos…”

Una vez más, Jesús nos invita a acercarnos a Él, a buscarlo con esa curiosidad, naturalidad y sencillez de los niños que, sin mayores preocupaciones, van al encuentro de Aquel que los llama.

Amar y encontrarse con los niños es fácil, brota de nuestros corazones como el agua del río. Su simpleza, dulzura, inocencia, su imaginación y canto a la vida, la esperanza que representan con su ingeniosidad ante los obstáculos conquista a la humanidad y el espíritu de quien esté junto a ellos.  

Amarlos es traer a la mente el recuerdo de quienes fuimos, encontrarnos con lo más profundo de nuestro ser y nos hacen tener presente que siempre somos hijos. Jesús, se inspira en ellos, y les concede el cielo y la gracia eterna a quienes tengan su rostro. De ahí su motivación a que sigamos siendo niños después de haber sido niños, ese es el reto de la existencia. Seguir aprendiendo de los demás, caminar el mundo, sin dejar de tener la grandeza espiritual de los más pequeños, quienes siempre dicen lo que piensan, persiguen la verdad y buscan el bien común. 

Cuidarlos es ver en ellos la capacidad de dar y recibir ternura. Ternura es tener un corazón “de carne” y no “de piedra”, como dice la Biblia (cf. Ez 36, 26). La ternura también es poesía; es “sentir” las cosas y los acontecimientos, no tratarlos como meros objetos, sólo para usarlos porque sirven.

Tal como dijo el Papa Francisco en una de sus audiencias generales, en 2015: “Es curioso: Dios no tiene dificultad para hacerse entender por los niños, y los niños no tienen problemas para comprender a Dios.”  Ese es nuestro objetivo, seguir conversando con Jesús con la franqueza y sencillez de un niño, abriéndonos a él y dejándonos abrazar por su misericordia, como un pequeño en brazos de sus padres.

Hoy, en el mundo entero, necesitamos un cambio profundo. Los abuelos y mayores, tienen una gran responsabilidad: enseñar a las mujeres y a los hombres a ver a los demás con una mirada comprensiva y tierna. Ellos son los encargados de proteger el mundo, con su oración.

Queridas abuelas y queridos abuelos, el Papa Francisco los invita a ser artífices de la revolución de la ternura.

Aprovechemos esta ocasión para visitar a los ancianos que están más solos, en sus casas o en las residencias donde viven. Tratemos que nadie viva este día en soledad.

Rezamos por ellas, por ellos, juntos; en comunión.